John Highham describe al anticatolicismo como “la más lujuriosa y persistente tradición de agitación paranoica en América”. El anticatolicismo era un sentimiento importante en el Reino Unido cuando éste fue importado a los Estados Unidos. Dos tipos de retórica anticatólica existían en la sociedad colonial norteamericana. La primera fue heredada de la Reforma Protestante y de las Guerras de religión de Francia del siglo XVI y ésta consistía en considerar a la Iglesia Católica como la Ramera de Babilonia y el Anticristo,
y éste prejuicio se extendió hasta fines del siglo XVII. La segunda era
de carácter secular y se enfocaba a las supuestas intrigas de los
católicos para extender el despotismo medieval sobre todo el mundo.
El historiador Arthur Schlesinger ha denominado al anticatolicismo
como “el más profundo prejuicio en la historia del pueblo americano”.
El anticatolicismo en los Estados Unidos se origina en la Reforma Protestante,
el cual evolucionó en una profunda antipatía hacia la Iglesia Católica
como el resultado de la lucha por establecer su independencia fuera de
la Iglesia. A causa de que la Reforma se basó en el esfuerzo de corregir
lo que eran percibidos como errores y excesos de la Iglesia Católica,
se formó una fuerte oposición en contra de la jerarquía católica y del Papado
en particular. Ésta posición fue llevada al continente americano por
los colonos, que eran en su mayoría protestantes, quienes se oponían no
sólo a la Iglesia Católica, sino también a la Iglesia Anglicana, la cual -debido a que conservaba prácticas y doctrinas católicas- fue acusada de no ser suficientemente reformada.
Dado que muchos colonos británicos, como los puritanos y congregacionalistas,
tuvieron que huir de la persecución religiosa por la Iglesia Anglicana de
Inglaterra, mucho de la temprana cultura religiosa norteamericana mostró el
más extremo prejuicio anticatólico de esas denominaciones. Monseñor John
Tracy Ellis escribió que “el prejuicio anticatólico fue traído a
Jamestown en 1607 y fue vigorosamente cultivado en las trece colonias
desde Massachusetts a Georgia."
Las cartas y leyes de la época colonial contenían proscripciones
específicas contra los católicos. Monseñor Ellis señaló que el común
odio hacia los católicos logró unir a los clérigos anglicanos y
ministros puritanos a pesar de las diferencias y conflictos que existían
entre ellos. Las cartas de Thomas Jefferson
contenían las siguientes afirmaciones: «La historia, según creo, no nos
da ejemplos de que un pueblo dirigido por sacerdotes pueda mantener un
gobierno civil libre». y, «En cada país y en toda época, el sacerdote ha sido hostil a la
libertad. Él está siempre en alianza con el déspota, esperando en
retorno de los abusos que comete protección para sí».
El sentimiento anticatólico floreció en los Estados Unidos durante
todo el siglo XIX y se multiplicaron los actos de violencia contra la
minoría católica, como los hechos que se produjeron el 11 y 12 de agosto
de 1834 en Charlestown (Massachusetts) que fueron conocidos como los «Disturbios del convento de las Ursulinas». En esa ocasión, una turba protestante, inflamada por el libro anticatólico The awful disclosures of María Monk escrita por una supuesta monja católica de nombre María Monk, incendió un convento de monjas ursulinas quienes lograron escapar de ser linchadas.
Un gran trabajo en la persecución de católicos lo desarrolló el Ku Klux Klan,
quienes convencían a la gente de que las desgracias morales que vivían
los Estados Unidos eran permitidas por Dios debido a la presencia de
hijos de la "Gran Ramera de Babilonia" entre el pueblo escogido que
representaban los protestantes de raza blanca. Entre los más bullados
asesinatos de católicos por parte del Klan destaca el de Viola Liuzzo, en cuyo asesinato incluso estuvo involucrado un agente del FBI.
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