El Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, acompañado por los postuladores, ha dirigido al Santo Padre las tres «petitio» para pedir la canonización de todos estos beatos. Y el Papa Francisco, con la fórmula de Canonización, pronunciada en latín, los ha proclamado Santos.
En su homilía el Obispo de Roma ha comenzado recordando que en este VII Domingo del Tiempo Pascual celebramos una «fiesta de la santidad». Y ha dado gracias a Dios que hizo
«resplandecer su gloria, la gloria del Amor, en los Mártires de
Otranto, la Madre Laura Montoya y la Madre María Guadalupe García
Zavala».
El Papa Francisco también ha afirmado que hoy la Iglesia propone a nuestra veneración una multitud de mártires, que juntos fueron llamados al supremo testimonio del Evangelio, en 1480. Se trata de personas supervivientes del asedio y de la invasión de Otranto, que fueron decapitadas en las afueras de la ciudad. Y puesto que no quisieron renegar su propia fe, murieron confesando a Cristo resucitado.
Tras preguntarse ¿dónde encontraron la fuerza para permanecer fieles? El Pontífice ha respondido que precisamente en la fe,
que nos hace ver más allá de los límites de nuestra mirada humana, más
allá de la vida terrena, hace que contemplemos «los cielos abiertos»
–como dice san Esteban – y a Cristo vivo a la derecha del Padre.
Por esta razón, dirigiéndose a los queridos amigos presentes en la Plaza de San Pedro, el Papa ha dicho «conservemos la fe que hemos recibido y que es nuestro verdadero tesoro,
renovemos nuestra fidelidad al Señor, incluso en medio de los
obstáculos y las incomprensiones. Dios no dejará que nos falten las
fuerzas ni la serenidad». Y ha añadido que, mientras veneramos a los
Mártires de Otranto, «pidamos a Dios que sostenga a tantos
cristianos que, precisamente en estos tiempos y en tantas partes del
mundo, todavía sufren violencia, y les dé el valor para ser fieles y
para responder al mal con el bien».
De la primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana, Laura Montoya, el Pontífice ha afirmado que «nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente - como si fuera posible vivir la fe aisladamente -, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos. Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro,
a vencer la indiferencia y el individualismo, acogiendo a todos sin
prejuicios ni reticencias, con auténtico amor, dándoles lo mejor de
nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos: Cristo y su Evangelio».
De la religiosa mexicana Santa Guadalupe García Zavala el Papa ha dicho que «renunciando a una vida cómoda para seguir la llamada de Jesús, enseñaba a amar la pobreza, para poder amar más a los pobres y los enfermos.
La Madre Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital ante los
enfermos y los abandonados para servirles con ternura y compasión».
Porque la Madre Lupita había entendido lo que significa «tocar la carne de Cristo».
Por último, el Santo Padre se ha referido a la fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio, para anunciarlo con la palabra y con la vida, dando testimonio del amor de Dios con nuestro amor, con nuestra caridad hacia todos. «Son ejemplos luminosos y lecciones que nos ofrecen los santos que hemos proclamado hoy, pero que también cuestionan nuestra vida de cristianos: ¿Cómo
es mi fidelidad al Señor? ¿Soy capaz de ‘hacer ver’ mi fe con respeto,
pero también con valentía? ¿Estoy atento a los otros? ¿Percibo quién
padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y hermanas que debo
amar?».
Y concluido diciendo: «Pidamos, por intercesión de la
Bienaventurada Virgen María y de los nuevos santos, que el Señor colme
nuestra vida con la alegría de su amor».
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